jueves, 23 de septiembre de 2010

                     Mentiras del ángel de la muerte

El Ángel de la Muerte
deambula por las calles
pellizcando redondos muslos
y acariciando la profundidad
rugosa de los sexos desprevenidos.

Húmedo de besar ojos llorosos
como si fuera un trabajo único;
dulce y mortal,
sarcástico y triste,
se sume en el pecado de los favores
que habitan la tentación terrenal.

Su sonrisa es gris y está inclinada,
su abrazo es frío, violento
tenaz y árido.
Tiene las pupilas dilatadas que
bailan en sus órbitas vacías:
horribles, hermosas,
crecientes y inflamadas.


Pero el Ángel de la Muerte nunca cede,
tiene el corazón labrado en piedra
y una larga guirnalda le cuelga de los dedos.
Sus besos saben a la amargura del hachís.
Exótico y marrón,
oscuro como el cielo,
húmedo como una tumba,
erótico y dulce como una fruta prohibida,
nos llama desde las esquinas
con un hipnótico batir de alas,
y nos atrapa imperioso en su sueño de opio
transportándonos ardientes
hacia placeres esperados e ignorados.

Y por último, ya harto, nos abandona
en el árido cementerio de su mentira.

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