martes, 26 de octubre de 2010

Enmudecer la lluvia
Admirable debut autoral de Guillermo Forchino


El dolor por la pérdida no tiene límites ni hace diferencias de ninguna índole, ni de edad, de posición económica, social, o sexo.  La ausencia del ser amado provoca  preguntas que son un común denominador para todo ser humano: ¿cómo sigue la vida después de ese vacío? ¿cómo pueden enfrentarse dos seres que han estado enamorados de la misma persona? Estos son los planteos básicos con los que Guillermo Forchino (22) nos enfrenta en su ópera prima, Enmudecer la lluvia.

En apariencia, la trama es simple pero, a la vez, la situación que nos presenta Forchino es, en realidad, intensamente compleja.  La escena se desarrolla en la habitación de un departamento en el que todo está empacado para una mudanza inminente.  Un joven, Marcos, revisa cajas que están apiladas.  Por momentos se escucha caer la lluvia detrás de una ventana.  Los muebles están cubiertos con telas blancas.  De pronto irrumpe una mujer madura, Julia (Liliana Capuro).  El intercambio inicial entre ambos deja en claro que entre ellos existe una situación confusa, quizá algún tipo de relación que acaba de terminar, o que nunca empezó.  Discuten por posesiones, por ver quién de los dos se quedará con unas piedras preciosas cuyo valor no reside en lo económico, sino en lo que simbolizan para cada uno de ellos.

En su texto, Guillermo Forchino ha sabido manejar los hilos hábilmente para mantener la incógnita de la real situación que se desarrolla en la escena.  El nudo dramático va mucho más allá de la mera discusión por objetos materiales o, más aún, de la posesión de ese ser ausente que es el verdadero objeto de deseo del que buscan apropiarse para sí estos dos personajes. Son dos visiones opuestas del amor, la de Marcos, auténtica, inocente, espontánea, que colisiona constantemente con la de Julia, cargada de resentimiento, despecho, incomprensión, vergüenza y angustia. Ambos intentan llevar adelante su duelo, pero lo hacen por diferentes caminos, los dos son honestos, pero su modo de expresión es lo que los diferencia.  Cuando todo parece perdido, sólo subsiste la honestidad de quien se anima a enfrentar y quebrar todos los cánones sociales sin importarle las consecuencias de su acto.

Además de la dramaturgia y la dirección, Guillermo Forchino hace una excelente interpretación de Marcos, medido, a veces sarcástico, pero en todo momento cargado de una expresión en la que se combinan la nostalgia por el amor perdido y un desafío ante la situación que intenta arrebatarle todo derecho a la memoria. Además, debemos destacar que Forchino, (debido a un imponderable surgido sobre la marcha) subió a escena con un corto tiempo de ensayo. Liliana Capuro compone una convincente señora despechada, cargada de todos los tics de la clase media, desde su ropa hasta sus giros y gestos.

La escenografía de Micaela Mirabile, en la que el orden y la pulcritud de líneas tienen una clara función complementaria, es muy acertada y hace un excelente uso de los colores y la distribución del espacio escénico.

Las transiciones están marcadas por composiciones musicales originales— compuestas por Gastón Taylor, un verdadero logro—que acompañan el derrumbe de los argumentos, mientras la lluvia no deja de caer.        

Enmudecer la lluvia, de Guillermo Forchino, es un poderoso drama contemporáneo que tiene el poder de sacudir a la audiencia a través de una serie de revelaciones que no dejan de atrapar en cada escena. Durante cincuenta minutos, Marcos y Julia esgrimen convincentemente sus argumentos para defender lo que creen suyo.  El inesperado final encierra una revelación que realmente sorprende y conmueve.

© Osvaldo Sabino, Buenos Aires, octubre 2010
Ficha Artística:
Actores: Liliana Capuro y Guillermo Forchino
Dirección y Dramaturgia: Guillermo Forchino
Música original: Gastón Taylor

Ficha técnica:
Fotografía: Paula Meizoso
Diseño de Maquillaje: Lena Bianco
Realización de diseño gráfico: Daniel Perez
Realización de escenografía y utilería: Micaela Mirabile
Prensa: Ayni Comunicación
Asistencia Artística: Julián Arenas
Producción Ejecutiva: Raúl S. Algán


Vitriol
Dante Alighieri, un clásico siempre actual
Un inteligente montaje nada fácil de olvidar

    

 
No es nada fácil lograr una buena adaptación de una parte de la obra de Dante Alighieri, es fácil caer en el peligro de sacarla de contexto.  Sin embargo, partiendo de la impecable traducción de Jorge Sanguinetti, quien también realizó la adaptación teatral del “Purgatorio”, de La divina comedia, Luciano Cohen y Gonzalo Villanueva logran un dinámico montaje de este clásico de la literatura universal. 

La puesta de Cohen y Villanueva es muy ingeniosa y abunda en aciertos. No es fácil manejar diecinueve actores quienes, a su vez, interpretan cincuenta y seis personajes, sin embargo, los puestistas logran un ajustado movimiento escénico, y un excelente aprovechamiento del espacio de la sala de La Manufactura Papelera. 

La escenografía, también de Gonzalo Villanueva, compuesta por una torre metálica (cuidadosamente realizada artesanalmente por el Ingeniero Antonio Muñoz), es funcional y no distrae la atención del resto de la escena.  También son destacables las labores de la diseñadora de vestuario, Fernanda Piamonti, y de la diseñadora de las máscaras,  María Maidana Corpus, que con mucha creatividad logran impactar con mínimos recursos como mallas de metal, trajes de arpillera y máscaras que logran dar muy buen efecto al mundo del más allá.

Las actuaciones de todo el conjunto son muy parejas, todos tienen una participación siempre a tempo y correctas, y sería injusto destacar a unos sobre otros.  Los papeles principales se ajustan cómodamente a las necesidades del texto.  Se destacan todos, pero es necesario mencionar que las actuaciones de Emiliano Carrazzone (Dante), Pablo Tiscornia (Virgilio) y Oscar Giménez (la Serpiente del Edén, Hugo Capeto y un alma), son las que tienen el mayor dominio de la escena.

Uno de los mayores hallazgos de la obra, es la excelente iluminación diseñada por José Luis de Giano y Gonzalo Villanueva, y manejada desde la escena misma por las “almas del purgatorio” que van alternándose desde diferentes ángulos para dar luz a otros personajes. También impactan las proyecciones animadas realizadas por Sebastián Cáceres que se proyectan sobre el suelo de la escena.

Vitriol es una hermosa sorpresa para los espectadores, un clásico con una puesta actual, que respeta los códigos del teatro y, por momentos, se apropia de los de la opera. Un inteligente montaje nada fácil de olvidar.



La Manufactura Papelera
Bolívar 1582 – Cap.
(011) 4307-9167
Entrada: $ 35.-
www.vitriolteatro.blogspot.com
www.manufacturapapelera.com.ar

Ficha Artística:
Dante: Emiliano Carrazzone
Virgilio: Pablo Tiscornia
Catón/Erisictón/Alma: Oscar Rodriguez
Ángel/Procne/Pasifa: Patricia Carro
Casella/Felipe, el Hermoso/Alma: Juan Moretti
Manfredo/Rey Amán/Hombre de la Lujuria/Alma: Sebastián Bisio
Belacqua/Papa Martino: Leonardo Alcarraz
Emperador Rodolfo/Rey Nimrod/Alma: Edgardo Souza
Carlos de Anjou/Estacio/Alma: Alejandro Gonzalez
Serpiente del Edén/Hugo Capeto/Alma: Oscar Gimenez
Soldado/Hombre de la Lujuria/Alma: Joel Gonzalía
Boncante/Rey Midas/Alma: Santiago Swi
Demonio/Pigmalión: Ulises Pafundi
Humberto Aldobrandesco/Guido Guinizelli/Alma: Miguel Finkelstein
Sapia/Raquel /Mujer de la Lujuria: Yanina Romanain
Poeta/Hija/Alma: Paula Cancela
Sirena de la Pereza/Mujer de la Lujuria/Alma: Anahí Calvigioni
Mujer noble y santa/Lía/Beatriz/Alma: Natalia Lucía
Luces del Purgatorio: José Luis de Giano, Nicolás Conti, Luz Ríos, Daniel Rosales

Ficha Técnica:
Idea, traducción y adaptación literaria: Jorge Sanguinetti
Diseño y realización de vestuario: Fernanda Piamonti
Diseño y realización de máscaras: María Maidana Corpus
Diseño de sonido: Luciano Cohen y Gonzalo Villanueva
Diseño de escenografía: Legionarios y Gonzalo Villanueva
Diseño de luces: José Luis de Giano y Gonzalo Villanueva
Diseño gráfico: Sebastián Cáceres, Juan Manuel Hernández y Jorge Pineda Casal.
Diseño y realización de animaciones: Sebastián Cáceres
Melodías: Natalia Lucía y Juan Moretti
Realización de escenografía: Ing. Antonio Muñoz
Realización del báculo de Virgilio: Alberto Cuello
Realización de cota de soldado y asistencia de producción: Eva Raffo
Asistencia de dirección: Juan Manuel Fernández
Puesta en escena y dirección de actores: Luciano Cohen y Gonzalo Villanueva

viernes, 15 de octubre de 2010

Gerardo Begérez en, Reglas, Usos y Costumbres de la Sociedad Moderna, del francés Jean Luc Lagarce, nos ofrece una excepcional interpretación de la “Nueva Dramaturgia”




Jean-Luc Lagarce ha sido uno de los más prolíficos autores franceses de fines del siglo XX, en sus 38 años de vida, escribió 23 obras. Sin embargo, en 1995, cuando murió a causa de complicaciones por el SIDA, sólo era un conocido director teatral, pero no había alcanzado reconocimiento por su dramaturgia. Muy pocas de sus obras habían sido estrenadas, y la recepción fue bastante pobre, no eran comprendidas ni apreciadas por la mayoría de los directores y los críticos. Su fama y encumbramiento como dramaturgo llegó después de su muerte.  En la actualidad, Legarce es uno de los autores más traducidos y representados de la escena francesa, tanto en su país como en todo el mundo. Incluso en Buenos Aires, en 2007, en conmemoración de los cincuenta años de su nacimiento, se hizo una semana de celebración en su memoria, y se representaron cinco de sus obras.  Aún el Teatro San Martín presentó una producción de su drama, Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia.

Reglas, Usos y Costumbres en la Sociedad Moderna es, en su esencia, un monólogo cuya temática central se basa en la creación de un sistema social en el que imperan los miedos y  el control entre las personas. Fue escrita en 1994, a partir de un “manual de reglas de urbanidad” francés de principios del siglo XX, escrito por la la Baronesa Blanche Staffe. El manual establecía las pautas para vivir sin sorpresas y poder llegar a la muerte sin cargar culpas por haber ofendido al orden establecido.  En su libro, la Baronesa sigue el hilo de la vida a través del modo cómo deben celebrarse los sucesivos acontecimientos del orden pre-establecido: nacimiento, bautismo, compromiso, matrimonio, bodas de plata, de oro, y finalmente, funerales.

Con una dicción incomparable, Gerardo Begérez,  asume el rol de la Baronesa intercalando su estricta vigilancia de las tradiciones, con los incisivos comentarios irónicos que emanan del subconsciente colectivo acerca de tanta hipocresía.  Esto crea un juego de espejos de la verdad, una oposición del orden y la verdadera práctica social, el fiasco que implica el intento de reglamentar las vidas para alcanzar la paz y la concordia a través de normas establecidas en un manual.  Como bien dice el personaje hacia el final de la obra, "una sociedad que está a gusto con sus costumbres, está realmente muerta".

Decir más sería quitarle sorpresa a este drama.  Pero es necesario acotar que Gerardo Begérez, en una actuación memorable (algo que en él no es una novedad), logra, con leves toques, manipular a la audiencia sin ningún tipo de artificio, desnudarlos frente a un espejo valiéndose sólo de una soberbia actuación que queda grabada en la mente de los espectadores, y que va creciendo a medida que uno vuelve a pensar en lo que ha visto.  El personaje se convierte en “otro” a medida que cambia de tema.  Esto no sólo lo notamos en el cambio de vestuario, sino en el cambio de los tonos de voz que Bergérez va imprimiéndole con un asombroso dominio vocal, y el acompañamiento que hace con cada movimiento de sus manos. La poderosa mirada de este actor rioplatense, complementa el juego de complicidad que busca encontrar el personaje que interpreta.   

Por supuesto, se destaca también la dirección del español Ernesto Calvo quien, al referirse a Reglas, Usos y Costumbres en la Sociedad Moderna, declaró: “En este mundo hay muchos mundos, y uno de ellos lo utilizo en esta puesta; el aparente travestismo pertenece a un mundo y a una estructura social diferente. Me interesaba ponerlo bajo la mirada de los espectadores sin ningún mensaje, como una ironía que se reflejase en un espejo. El travestismo me ha ayudado a deshacer el concepto de normalidad y a entender que existen otras formas, otras reglas...”.  No quedan dudas de que en esta puesta, lo ha logrado ampliamente.

También es destacable la sorpresa del vestuario diseñado por Mario P. Tapanes, que va cayendo como si fuera una piel de cebolla.  Es autor también de la escenografía, elegante como un salón literario francés de la época, y muy funcional a los requerimientos del texto. Para el cierra ha sido muy buena la elección de un tema de Jaques Brel, cuya voz nos remite, invariablemente, al mayo del ’68 que tanta relación tiene con la temática del monólogo.

Todo contribuye a alcanzar el clima que Jean Luc Lagarce, buscó trasmitirle a esta pieza teatral.  El autor estaría orgulloso de la interpretación lograda por Gerardo Begérez.

© Osvaldo Sabino, para PRESSENTA.COM.AR - Buenos Aires, octubre 2010
Ficha técnico artística
Autor: Jean-Luc Lagarce
Traducción: Fernando Gómez Grande
Actor: Gerardo Begérez
Prensa: Walter Duche, Alejandro Zarate
Puesta en escena: Ernesto Calvo
Dirección: Ernesto Calvo

TEATRO LA COMEDIA
Rodriguez Peña 1062 - CABA
Teléfonos: 4815-5665 / 4812-4228
Web: http://www.lacomedia.com.ar
Entrada: $ 35,00 - Lunes - 21:00 hs - Hasta el 25/10/2010 



miércoles, 6 de octubre de 2010

Bodas de Sangre (Un cuento para cuatro actores) de Juan Carlos Gené
Un magnífico montaje en el que la tragedia se multiplica en un juego de espejos






Bodas de sangre, una de las piezas fundamentales del teatro de Federico García Lorca, desde su estreno simultáneo en Madrid (por Josefina Díaz), y en el Teatro Maipo de Buenos Aires (por Lola Membrives), en 1933, es lo que hoy se conoce como la última de las grandes tragedias del teatro del mundo occidental. 

Hace unos meses, Bodas de sangre, (un cuento para cuatro), fue estrenada en el CELCIT, concebida, dirigida y actuada por el maestro Juan Carlos Gené.  Una trascendental y memorable versión en la que cuatro actores se reproducen en los intérpretes principales de la tragedia lorquiana: la Madre del Novio/la Madre de la Novia (Verónica Oddó), la Novia/la Mujer de Leonardo/la Mendiga (Violeta Zorrilla), Leonardo/el Novio (Camilo Parodi), y el mismo Gené que, además de ser él mismo, el narrador del cuento, hace las veces del Padre del Novio.

En este magnífico montaje la tragedia se multiplica constantemente.  Con dos líneas narrativas básicas, desfilan ante nosotros (a un mismo tiempo) la pieza que escribió Lorca y la que nos cuenta Gené.  En la segunda se unen la tragedia del tiempo, que todo lo distorsiona y lo magnifica, la del horror de la Guerra Civil Española, el asesinato de Federico—que nunca dejan de horrorizarnos—la de las consecuencias del golpe militar del ’30 en Argentina, y toda la carga de Bodas de sangre.  La vida, el amor y la muerte desfilan por la escena engarzándose magistralmente en el cuento sin perder ninguno de los valores que imprimió el granadino en la obra original. El narrador es una omnipresencia que extrema las situaciones hasta viajar a los ojos del niño que fue y desde allí explicar (y explicarse) todo lo que no entendía entonces, todo lo que vivía a través de lo que hablaban su madre y su tía, tanto cuando García Lorca visitó Buenos Aires, como el dolor que se apoderó de ellas al conocerse la noticia de su fusilamiento. 

La otra línea argumental, la de la tragedia misma, la desarrollan los cuatro actores cambiando sus roles cada vez que es necesario.  Entran y salen de la piel de los personajes convenciendo al espectador de cada rol que interpretan y terminando por ser los mismos y los otros a la vez.  Verónica Oddó, despliega artesanalmente toda la dureza de esas mujeres que de tan duras se confunden con la aridez de la tierra misma, pero a la que una gota de agua puede llegar a arrancarles dulzura.  Camilo Parodi, transita desde ser El Novio amante devoto, que sólo puede comprender la vida de a dos, a transformarse en el fatuo ardiente, posesivo, dominante insatisfecho que es Leonardo, el único a quien Lorca, al darle un nombre, rompe con toda la simbología estereotípica que reviste a los demás personajes.  Y en Violeta Zorrilla se funden la inseguridad de La Novia, con el resentimiento de La Mujer de Leonardo y la clarividencia de  La Mendiga.  Todos ellos sumados a un Juan Carlos Gené que magistralmente navega entre El Narrador del cuento, y el Padre de La Novia lorquiano.  Cada personaje es una clara representación de la mitología, las leyendas y los paisajes que existen aún en la conciencia popular del lugar donde nació y creció el autor.  Y, al mismo tiempo, conforman un nítido espejo en el que se refleja la realidad argentina de aquellos años.  Los símbolos que obsesionaron al dramaturgo español, acaban siendo personajes que, si bien no aparecen en la escena, están allí vivos con toda su carga fálica: el cuchillo, los árboles, el caballo, y todos tienen los sonidos que presagian las muertes cercanas. Gené prescinde de los personajes secundarios dejándolos liberados a la imaginación de los espectadores.

En esta puesta, Juan Carlos Gené, ha sabido captar la profundidad del sentimiento de marginalidad y el olor a muerte, que tanto pesan en la obra original.  Estos son dos elementos que contrastan poderosamente con la idea generalizada de la folklórica alegría andaluza.  Los versos octosilábicos de Lorca destacan aún más su rima asonante.  Los diálogos coloquiales, formulados en base a dichos y formas populares, producen un fuerte choque con los tonos tan cargados del autoritarismo ancestral.  Impresiona la fuerza que imprime la música, un chamamé que bailan los novios durante la fiesta de bodas, quizá recreando los sonidos que el niño imprimía a la historia que escuchaba de la madre y la tía.

Dos de los toques más singulares de la puesta, son: la sobria escenografía y el austero vestuario, ambos salidos de la experta creatividad de Carlos DiPasquo.  Una mesa de madera con una jarra de agua, vasos, y cuatro sillas que delimitan el espacio escénico por el que cruzan los personajes que, con sus trajes negros que sólo son quebrados por la blancura que emana de las camisas de Gené y Parodi, o los tonos ocre del pañuelo de Oddó, crean toda una simbología que es la encargada de reforzar la intensa carga de muerte que se profundiza con las hojas secas que están esparcidas alrededor de la escena.  La iluminación es exacta y juega un rol preponderante a lo largo de toda la obra.

Bodas de sangre, (un cuento para cuatro actores), no sólo es un nuevo esfuerzo teatral memorable de Juan Carlos Gené, sino un delicado trabajo coral que merece todas las ovaciones que recibe al finalizar cada función.

© Osvaldo Sabino* para PRESSENTA.COM.AR - Buenos Aires, septiembre 2010

Bodas de sangre
De Federico García Lorca

(Un cuento para cuatro actores)
Juan Carlos Gené y Verónica Oddó
Camilo Parodi y Violeta Zorrilla
Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo
Duración: 70 minutos
Viernes y sábados 21 hs. Domingos 19 hs.
CELCIT.
Moreno 431. Reservas al 4342-1026
Precio de la localidad, $ 40; jubilados y estudiantes, $ 25.

Las neurosis sexuales de nuestros padres
Una odisea personal del descubrimiento sexual:  los peligros de la desidealización cuando el fervor del cambio reemplaza la objetividad por la total subjetividad




El Celcit presenta una versión de esta aclamada obra del exitoso dramaturgo alemán Lukas Bärfuss, más que un dramaturgo es un profundo perturbador que, por lo general, se enfoca en los conflictos más disolutos de la realidad social. 
La provocadora pieza de Bärfus plantea preguntas y dudas sobre la conciencia de los espectadores: ¿Cuál es el trato adecuado para los hijos que sufren algún tipo de trastorno mental o psicológico? ¿Es necesaria la sobreprotección de los progenitores hasta el punto de sofocarlos y no permitirles tener una vida? ¿Ha entendido la ciencia a estos seres especiales, o se niega a verlos de manera diferente?  Las respuestas no están en “Las neurosis sexuales de nuestros padres”, quedan planteadas en la mente de la audiencia para resolverlas del modo que más les convenga.
Dora, es una joven de la que no conocemos la génesis de su problema, pero que, sin embargo, sabemos que ha pasado gran parte de su vida fuertemente dopada.  Sin una clara motivación, en conjunto con el siquiatra, sus padres toman la decisión de suspender los tratamientos.  Al recobrar una parte de su autonomía, Dora descubre, entre otras cosas, su sexualidad.  Y, de un modo inocente e ingenuamente desprejuiciado, se sumerge en ese mundo nuevo que va fascinándola aunque no tiene una educación previa para comprender su significado, sus peligros, ni las consecuencias de practicarlo descontroladamente.  Cuando es descubierta todos se escandalizan, sus padres, su médico, su patrón, excepto la madre de este último.  El viaje de Dora comienza con la repetición de frases que escucha, sin elaboración alguna, pero que en poco tiempo—y con su mente cobrando más lucidez ante las experiencias que vive, y la falta de fármacos—comienzan a ser pronunciadas con un discurso en el que su propia neurosis va mutando hasta permitirle conocer un nivel más cercano al dolor que causa la incomprensión del mundo que la rodea.
La puesta de Mariana Díaz termina siendo lenta a causa de la falta de aprovechamiento del texto.  Los personajes no llegan a desarrollarse, ni tampoco se conectan con el conflicto,  y su correcto estatismo los aleja de la dinámica del espacio escénico sin que lleguen a mostrar claramente su carácter social disoluto y enfermizo.  
Lo más destacable de este montaje de Las neurosis sexuales de nuestros padres, reside en la excelente actuación de Florencia Naftulewicz (Dora), que está en escena durante los ochenta minutos que dura la obra, sin que su energía decaiga en ningún momento.  El brillante trabajo de Carlos DiPasquo, logra que la escenografía sea un personaje vivo que participa en todo momento desde un panel negro cubierto de tul blanco que, en la parte superior, aparece desgarrado.  En ese agujero oscuro podemos ver casi una matriz que esconde todo lo que no se dice hasta que la situación estalla.  Sobre él se proyectan frías leyendas escritas en blanco que ofician de preámbulo para cada escena, o las luces del paso de los trenes.  Esta es quizá la mayor dinámica de la puesta. También es importante resaltar el impecable manejo de la iluminación que logra  captar los matices más siniestros del drama de Lukas Bärfuss.  
Las participaciones del Silvina Katz (la madre de Dora), Aldo Alessandrini (el patrón), Pablo Lambarri (el amante), Leandro C. Caamaño (el padre de Dora), son correctas, aunque extremadamente estáticas.  Mario Petrossini (el médico de Dora), le imprime a su personaje una ajustada frialdad científica que, por momentos, deja entrever también un lado humano, con lo que alcanza dar mayor dinamismo a sus escenas.  Es destacable también la actuación de Celeste Monteavaro quien, a pesar de tener sólo breves intervenciones, consigue dar vida a un rol que crece sin pretensiones, exponiendo las soluciones más simples a las grandes complicaciones de la vida. 
© Osvaldo Sabino, Buenos Aires, 15/09/2010