miércoles, 6 de octubre de 2010

Bodas de Sangre (Un cuento para cuatro actores) de Juan Carlos Gené
Un magnífico montaje en el que la tragedia se multiplica en un juego de espejos






Bodas de sangre, una de las piezas fundamentales del teatro de Federico García Lorca, desde su estreno simultáneo en Madrid (por Josefina Díaz), y en el Teatro Maipo de Buenos Aires (por Lola Membrives), en 1933, es lo que hoy se conoce como la última de las grandes tragedias del teatro del mundo occidental. 

Hace unos meses, Bodas de sangre, (un cuento para cuatro), fue estrenada en el CELCIT, concebida, dirigida y actuada por el maestro Juan Carlos Gené.  Una trascendental y memorable versión en la que cuatro actores se reproducen en los intérpretes principales de la tragedia lorquiana: la Madre del Novio/la Madre de la Novia (Verónica Oddó), la Novia/la Mujer de Leonardo/la Mendiga (Violeta Zorrilla), Leonardo/el Novio (Camilo Parodi), y el mismo Gené que, además de ser él mismo, el narrador del cuento, hace las veces del Padre del Novio.

En este magnífico montaje la tragedia se multiplica constantemente.  Con dos líneas narrativas básicas, desfilan ante nosotros (a un mismo tiempo) la pieza que escribió Lorca y la que nos cuenta Gené.  En la segunda se unen la tragedia del tiempo, que todo lo distorsiona y lo magnifica, la del horror de la Guerra Civil Española, el asesinato de Federico—que nunca dejan de horrorizarnos—la de las consecuencias del golpe militar del ’30 en Argentina, y toda la carga de Bodas de sangre.  La vida, el amor y la muerte desfilan por la escena engarzándose magistralmente en el cuento sin perder ninguno de los valores que imprimió el granadino en la obra original. El narrador es una omnipresencia que extrema las situaciones hasta viajar a los ojos del niño que fue y desde allí explicar (y explicarse) todo lo que no entendía entonces, todo lo que vivía a través de lo que hablaban su madre y su tía, tanto cuando García Lorca visitó Buenos Aires, como el dolor que se apoderó de ellas al conocerse la noticia de su fusilamiento. 

La otra línea argumental, la de la tragedia misma, la desarrollan los cuatro actores cambiando sus roles cada vez que es necesario.  Entran y salen de la piel de los personajes convenciendo al espectador de cada rol que interpretan y terminando por ser los mismos y los otros a la vez.  Verónica Oddó, despliega artesanalmente toda la dureza de esas mujeres que de tan duras se confunden con la aridez de la tierra misma, pero a la que una gota de agua puede llegar a arrancarles dulzura.  Camilo Parodi, transita desde ser El Novio amante devoto, que sólo puede comprender la vida de a dos, a transformarse en el fatuo ardiente, posesivo, dominante insatisfecho que es Leonardo, el único a quien Lorca, al darle un nombre, rompe con toda la simbología estereotípica que reviste a los demás personajes.  Y en Violeta Zorrilla se funden la inseguridad de La Novia, con el resentimiento de La Mujer de Leonardo y la clarividencia de  La Mendiga.  Todos ellos sumados a un Juan Carlos Gené que magistralmente navega entre El Narrador del cuento, y el Padre de La Novia lorquiano.  Cada personaje es una clara representación de la mitología, las leyendas y los paisajes que existen aún en la conciencia popular del lugar donde nació y creció el autor.  Y, al mismo tiempo, conforman un nítido espejo en el que se refleja la realidad argentina de aquellos años.  Los símbolos que obsesionaron al dramaturgo español, acaban siendo personajes que, si bien no aparecen en la escena, están allí vivos con toda su carga fálica: el cuchillo, los árboles, el caballo, y todos tienen los sonidos que presagian las muertes cercanas. Gené prescinde de los personajes secundarios dejándolos liberados a la imaginación de los espectadores.

En esta puesta, Juan Carlos Gené, ha sabido captar la profundidad del sentimiento de marginalidad y el olor a muerte, que tanto pesan en la obra original.  Estos son dos elementos que contrastan poderosamente con la idea generalizada de la folklórica alegría andaluza.  Los versos octosilábicos de Lorca destacan aún más su rima asonante.  Los diálogos coloquiales, formulados en base a dichos y formas populares, producen un fuerte choque con los tonos tan cargados del autoritarismo ancestral.  Impresiona la fuerza que imprime la música, un chamamé que bailan los novios durante la fiesta de bodas, quizá recreando los sonidos que el niño imprimía a la historia que escuchaba de la madre y la tía.

Dos de los toques más singulares de la puesta, son: la sobria escenografía y el austero vestuario, ambos salidos de la experta creatividad de Carlos DiPasquo.  Una mesa de madera con una jarra de agua, vasos, y cuatro sillas que delimitan el espacio escénico por el que cruzan los personajes que, con sus trajes negros que sólo son quebrados por la blancura que emana de las camisas de Gené y Parodi, o los tonos ocre del pañuelo de Oddó, crean toda una simbología que es la encargada de reforzar la intensa carga de muerte que se profundiza con las hojas secas que están esparcidas alrededor de la escena.  La iluminación es exacta y juega un rol preponderante a lo largo de toda la obra.

Bodas de sangre, (un cuento para cuatro actores), no sólo es un nuevo esfuerzo teatral memorable de Juan Carlos Gené, sino un delicado trabajo coral que merece todas las ovaciones que recibe al finalizar cada función.

© Osvaldo Sabino* para PRESSENTA.COM.AR - Buenos Aires, septiembre 2010

Bodas de sangre
De Federico García Lorca

(Un cuento para cuatro actores)
Juan Carlos Gené y Verónica Oddó
Camilo Parodi y Violeta Zorrilla
Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo
Duración: 70 minutos
Viernes y sábados 21 hs. Domingos 19 hs.
CELCIT.
Moreno 431. Reservas al 4342-1026
Precio de la localidad, $ 40; jubilados y estudiantes, $ 25.

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